viernes, 12 de junio de 2015



Jorge Sebastián Lozano (Certmen pintura Fundación Mainel)

Todo intento de parcelar o etiquetar la escena artística conlleva el grave riesgo de imponer una tranquilizadora planimetría sobre una realidad insobornablemente caótica, insolentemente contradictoria. La tarea de razonar sobre la epifanía de la imagen sigue siendo tan desesperanzada como en el siglo IV a.C., cuando Platón se resignaba a concluir su Hipias Mayor con aquel «Lo bello es difícil», tan parecido a la excusa del escolar pillado in fraganti, aparentando una seguridad de la que en realidad carece. Sin embargo, algo nos sigue empujando a compartir la mirada estética, a intentar verbalizarla, comprenderla. Las palabras son nuestras alas y nuestro yugo. Tal vez por eso recurrimos con tanta frecuencia a los paralelismos entre literatura y artes plásticas, confi ando en que dos lenguajes tan distintos como el verbal y el visual puedan compartir estrategias retóricas, herramientas conceptuales, logros estéticos. Sin más rodeos, tomaré yo también este atajo tan hollado, en compa- ñía del espectador o lector prevenido. Vicent Ricós, autor premiado en esta edición, viene desarrollando desde sus comienzos un lenguaje geométrico riguroso. No es casual que ante su obra acudan a nuestra mente metáforas constructivas, referentes artesanales, paralelos estructurales. Levanta pulcros escenarios bidimensionales en los que forma y plano, color y trazo, se anclan sólidamente. La seguridad con que ha venido elaborando este lenguaje personal da ahora frutos de presencia tan contundente como la obra ganadora. Desde la abstracción lírica y colorista, propuestas como las de Gamón o Millán nos relatan el difícil equilibro entre azar y control, entre intuición y técnica, con excelentes resultados en ambos casos. Miradas cruzadas forman la trama de narraciones mínimas, en interiores de intimidad desconcertada (Rodríguez); en la caja blanca expositiva, que en este caso somete a nuestra mirada al espectador paseante (Ochoa); en un pasado del que la memoria va lavando los contornos y detalles (Ceña); en un mundo surreal al que la rejilla milimetrada intenta dotar de rigor y medida (Medina); o en entornos desasosegantes en su indefi nición e inmediatez (Iranzo, Duval). Aguado reúne irónicamente dos de las pulsiones consumistas contemporáneas, tabaco y tecnología, en cuya trama nos convertimos fácilmente en coloridos guiñoles de solo aparente individualidad. La geometría ofrece a Cárdenas el contrapunto racional a un mundo sensorial de impactante belleza. Son, en fi n, otras tantas fabulaciones que nos seducen para seguir mirando, para seguir conversando.